Dromedario del origamista Español Eduardo Clemente, recreado por nosotros en el
taller
La triste historia del dromedario
Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez
No es que Mr. Robertson sea un
excéntrico, a pesar de que vive en una perrera. Las cosas sucedieron de una
manera tan natural, que ni él mismo sabe a ciencia cierta cómo comenzaron.
Un día en 1947, Mr. Robertson,
que tenía una pequeña granja en el estado de Texas, recibió una comunicación en
la que se le anunciaba que en la oficina de correos del pueblecito vecino tenía
un envío recomendado. Eso fue un sábado. El lunes Mr. Robertson dio algunas
instrucciones en la granja, puso en movimiento su carrito y se fue para el
pueblo. Cuando se presentó en la ofi cina de correos, le dieron los detalles
completos: procedente de Egipto, esperaba un dromedario. Nada más.
Fue así como, mientras se
aclaraban las cosas, Mr. Robertson salió a la calle con su dromedario y se
dispuso a conducirlo a su distante propiedad. Con el animal amarrado al carro,
se presentó el miércoles siguiente a su granja de Texas, sin haber pensado
todavía ningún plan para el futuro. Así empezaron las cosas, aunque Mr.
Robertson no lo recuerde ahora.
Como medida eventual desocupó el
gallinero y puso a vivir al dromedario entre la alambrada, mientras pensaba
cómo librarse de él. Pero los días fueron pasando y el aviso puesto en el
periódico del pueblo, donde se indagaba por la existencia de algún otro Mr.
Robertson de la vecindad que hubiera estado esperando un dromedario de Egipto,
no dio resultado.
A las dos semanas de estar en el
gallinero el animal se había fastidiado y había hecho una incursión por el
traspatio, que dio el traste con la siembra de árboles frutales. Al regreso se
encontró con el perro, se armó una tremolina y Mr. Robertson salió al patio con
la escopeta con la intención de acabar con la pelea. Por error de cálculo, el
perro pasó a mejor vida.
No había transcurrido un mes
cuando ya el dromedario se había familiarizado de tal modo con la granja, que
se iba a echar la siesta en la sala y se pasaba el día merodeando por los
cercados, destruyendo los resultados de un largo trabajo realizado con
honestidad y desvelo. Al principio los niños de la vecindad se distraían
acosando al dromedario; pero no transcurrió mucho tiempo antes de que se
fastidiaran y lo dejaran tranquilo, paseándose como dueño y señor por todas las
dependencias de la propiedad.
Si Mr. Robertson vive en una
perrera, no es porque sea excéntrico, sino porque un día cualquiera el dromedario se aventuró hasta el dormitorio,
entró como Pedro por su casa, se acostó en la cama y se quedó dormido,
cómodamente dormido, sin que hubiera granjero en el mundo capaz de despertarlo.
Entonces Mr. Robertson, pacientemente, tomó sus enseres y se fue a dormir a la
perrera, único lugar hasta donde no llegaría el animal.
Es cierto que colocó en la puerta
de la granja un letrero que dice: «Se vende dromedario». Pero los granjeros que
pasan por allí los sábados en la tarde, se limitan a comentar:
«Robertson está tan loco que se
fue a vivir a una perrera y ahora se le ha dado por creer que es comerciante de
dromedarios».
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